"El que nunca ha estado ausente no ha sufrido un guayabo, hay cosas que hasta que no se viven no se saben"
Reza ese legendario vallenato. Y es cierto.
Estar lejos, ausente, distante de todo y de todos. Es un precio, altísimo, que tiene que pagar el que decide buscar, el que no se conforma a quedarse reducido a un estatismo. Al que no le ve redención (cercana) a su patria. Y decide dejar todo. Y ser un extraño, con mejor suerte, con toda suerte de logros obtenidos pero un foráneo al cabo.
Yo fui pesimista, yo rendí toda esperanza de ver en mi país un lugar donde se pueda vivir dignamente. Donde se pueda vivir en paz, y hasta ahora, tres años después de mi partida, el tiempo me ha dado la razón. Que hastío, que asco, que tristeza. "moral". Tanto regidor putrefacto, tanto ciudadano jugado ya a los tantos polos que nos han impuesto, clasistas, políticos, morales.
No obstante, un día, con mi hija, con mi esposa ( que no son colombianas) volveremos, terco tal vez, pero no existe una paz tan satisfactoria como la de saber que estás en tu tierra, para bien o para mal.